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  • Foto del escritorLiceo Magazine

Juan Pinilla: la pintura guiando al pueblo.

La Galería Azur de Madrid presenta una retrospectiva de la obra del pintor desde el 29 de septiembre al 13 de octubre.



Daniel Silvo


La obra de Juan Pinilla (Melilla, 1956) parece nacer de un impulso puro por pintar. Sus figuraciones, de colorido y trazo neoexpresionistas, recrean escenas de su contexto e intereses: toreros, animales, personajes de la televisión, referencias de la historia del arte, símbolos religiosos y profanos, sensuales y personales. Pero también afronta asuntos políticos y humanitarios, como en la exposición “Verdugos y víctimas” (Espacio Tres, 2007), donde pintó a dictadores y trata la violencia que llenaba los telediarios y los periódicos de la época en la sección de internacional.


Ese impulso pictórico, cargado de libertad, es el mismo que recorre toda la pintura europea de los 80, década en la que él empieza a pintar una vez termina sus estudios de enfermería y medicina. La transvanguardia italiana y el neoexpresionismo alemán ocupan con fuerza la escena artística internacional, y artistas como Clemente, Baselitz, Paladino o Kippenberger influyen enormemente en los jóvenes pintores que desarrollan su trabajo en esos años. Juan Pinilla no pasa por los estudios de Bellas Artes que se ofrecían en Sevilla, pero sí conoce la pintura contemporánea en una especie de intuición o signo de los tiempos, y también influido por los números de la revista La Luna que caían en sus manos y en las de sus compañeros del 7/10 y de Gravura, los talleres de grabado que empezó a frecuentar en Málaga en sus años de formación autodidacta. Los cómics y la pintura clásica se dejan ver también en los temas que aparecen en sus cuadros, confundiendo los límites entre alta y baja cultura, lo propio de esa época postmoderna que inundaba la creación plástica occidental. De este modo, la Libertad guiando al pueblo se mezcla con un grupo de toreras o los cómics de Oesterheld. En el fondo de todas estas referencias planea una preocupación política y social más profunda de lo que parece a primera vista al observar su pintura. “El guerrillero” que nos recibe al entrar en la exposición ya nos avisa de que, a pesar de la apariencia fauvista y alegre de muchas de las pinturas de Pinilla, sus cuadros están cargados de sensibilidad social.



Sus pares en Málaga serían Antonio Casares, Encarni Lozano, Chema Lumbreras, Sebastián Navas, Magdalena Egber, Javier Ponce, Fernando Wilson… pintores que manejaban una gran diversidad de técnicas y tipologías pictóricas, desde la abstracción hasta la figuración. Ese recorrido también lo realizaría Pinilla, quien en su primera exposición en 1985 en la Caja de Ahorros de Málaga presentaría abstracciones en acrílico sobre papel. Muy rápidamente pasó a la figuración, porque para él la abstracción suponía “pintar siempre el mismo cuadro”. Las historias que podía contar a través de la figura le abrían un inmenso abanico de posibilidades narrativas, usando la línea y el color para representar, en esos primeros compases de su trayectoria, imágenes del Corazón de María, vírgenes, pero también desnudos femeninos y escenas eróticas, como aquellas que expondría en el Ateneo en el 86.



Su obra empieza a recorrer Europa hacia los años 90, exponiendo en Hamburgo en varias ocasiones, en Gdansk (Polonia), Italia, Barcelona, etc. Estos viajes y contactos con el arte producido en otros países influyen enormemente en su obra. En esa época también comienza a adentrarse en el ámbito digital. Su inquietud natural lo lleva a explorar las incipientes nuevas tecnologías, generando retratos e imágenes por ordenador que ilustrarían sus propios textos poéticos y cuentos. En 1994, en la exposición que realizara con Encarni Lozano en el Centro de la Mujer, produjeron toda la gráfica de la exposición con apariencia de portadas de disco, llevando el diseño expositivo a la estética musical de la época.


El impulso creativo de Juan Pinilla se despliega a lo largo de los años como un río: recorriendo aquello que se va encontrando por el camino y sin cerrarse a un programa delimitado y definido previamente. Es por eso que en su trabajo encontramos desde las referencias políticas antes mencionadas hasta la pintura lírica de animales y retratos fantásticos, desde personajes de cómic hasta figuras de la historia del arte. El pop, la transvanguardia, el neoexpresionismo, la abstracción, Chagall, Delacroix, Solana, Motherwell, Goya, Baselitz… son muchas de las referencias que Pinilla va incorporando a su trabajo según va avanzando en su producción. La apertura del CAC en Málaga supuso para muchos pintores de la ciudad un primer acercamiento a los artistas contemporáneos: Tony Cragg, Gerhardt Richter, Neo Rauch, Alex Katz o Anish Kapoor pasaron por sus salas entre 2003 y 2006, generando en el ecosistema creativo de la ciudad nuevas influencias y gran cantidad de charlas informales sobre las obras del arte internacional que empezaban a llegar a la ciudad. Multitud de nuevos museos e instituciones fueron apareciendo en Málaga en esos años: el Museo Picasso (2003), la Facultad de Bellas Artes (2005), y diez años más tarde también el Museo Ruso San Petersburgo (2015) y el Pompidou Málaga (2015). Esta oferta museística de la ciudad, enormemente enriquecedora para sus artistas y amantes del arte, ha influido en cierta medida en la calidad de la obra de sus artistas locales.



Juan tuvo también mucho contacto con la literatura a lo largo de toda su trayectoria, frecuentando la amistad de autores como José A. Garriga, Antonio Soler, Francisco Fortuny, Mesa Toré, Juan Manuel Cabezas y muchos otros poetas y escritores malagueños. Esta transversalidad de medios creativos ha hecho que su pintura estuviera siempre atravesada por imágenes muy narrativas, con la intención de contar historias. Ha ilustrado poemarios y ha escrito textos de una profunda calidad literaria. Entre sus últimos trabajos editoriales destacan “Relatos de la torre” y “Vidas exageradas”, donde aparecen retratados, con textos e imagen digital, algunos personajes de Málaga.

En sus retratos y autorretratos aparecen con frecuencia animales pseudo-mitológicos, criaturas que, como los nahuales y los tótems, se funden con las personas retratadas para mostrar aquello que no es evidente a la vista. Peces, toros, caballos, cabras, rinocerontes, gatos… son sus amigos, familiares, conocidos y él mismo. Alrededor de estos animales encontramos también una simbología muy personal: flores, cuchillos, pollos, frutas, corazones ardientes, hojas… objetos que, en una suerte de gramática personal, van comunicando sus deseos, impresiones, anhelos y recuerdos.


El color en Pinilla es absolutamente significativo. Su paleta es brillante, muy amplia y colorida. En algunas pinturas elabora sus superficies con los colores primarios, como si tradujera el neoplasticismo a un lenguaje figurativo y expresionista; en otras ocasiones elige un color y un tono dominantes y, alrededor de él, va componiendo variaciones y dibujando las formas; otras veces ensucia superficies planas de color para dotar de vibración y movimiento la escena. Las estrategias que Pinilla ha ido creando a lo largo de su trayectoria le han llevado a un dominio de los recursos plásticos que han hecho de él un pintor capaz de expresarse a través del color de muy diversas maneras.

La última experimentación que está llevando a cabo es la de pintar piezas de cerámica con superficies adecuadamente tratadas, una técnica que le lleva a reunir el acto creativo con el decorativo y el funcional, entroncando así no sólo con la tradición de la Grecia clásica de la decoración de utensilios de barro, sino también con los trabajos picassianos en cerámica o la producción de objetos-arte por parte de artistas europeos como Franz West o los americanos del Pattern & Decoration que trabajaban en los 80 en EE.UU.


Como conclusión podemos decir que el trabajo de Pinilla, eminentemente malagueño, está relacionado con las tendencias figurativas de los 80, descreídas de los conceptualismos de los 70. Desde la sencillez de una pintura creada a fuerza de voluntad, sin engolamiento ni pose, Juan Pinilla transita las postvanguardias, el neopop, los nuevos expresionismos y algunos juegos conceptuales que se cuelan en su obra, no por seguir un patrón o trayectoria concretos, sino por lo inquieto del personaje, que no puede dejar sin tocar un solo resquicio de ámbito creativo a su alcance.

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