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Sólo nos queda bailar

  • Foto del escritor: Liceo Magazine
    Liceo Magazine
  • 13 feb 2020
  • 2 Min. de lectura

La película ganadora de la pasada edición del LesGaiCineMad finalmente llega a salas de cine comerciales

(Miguel Lafuente, curador de LesGaiCineMad, presenta la película en la sede de la Academia de Cine)


"La danza georgiana se apoya en lo masculino. Aquí no hay espacio para la debilidad", ésta línea que dirige el maestro a nuestros protagonistas, dos hombres que se enamoran mientras compiten para ganarse el lugar como el primer bailarín de la compañía nacional de danza, es también la columna vertebral de "Sólo nos queda bailar", película sueca de Levan Akin ambientada en el otrora país soviético, que como la mayoría de los componentes de éste espacio (con Rusia a la cabeza) siguen discriminando todo lo que no sea masculino, viril, rudo. heterosexual.



Seamos honestos, no se trata pues de una película muy original. De hecho, hace muy poco contemplábamos también en salas de cine el biopic de Rudolf Nureyev, "El Bailarín", que a fin de cuentas partía exactamente de la misma premisa. La gracia de "Sólo nos queda bailar", con la cual ha conquistado al público de tantos festivales internacionales desde su estreno el pasado Festival de Cannes (tan sólo en España ya ha recibido siete premios, incluyendo el Gran Premio del Público y el Premio Ocaña a la Libertad en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, el Premio al Mejor Actor y la Espiga Arco Iris en la Seminci de Valladolid, además del Premio del Público, Mejor Intérprete y Mejor Película en el Festival LesGaiCineMad) es la frescura de sus actores protagonistas, sabiamente dirigidos por Akin. Merab (Levan Gelbakhiani) e Irakli (Bachi Valishvili) consiguen una química en pantalla que tal vez no veíamos desde "Llámame por tu nombre". Y eso es decir bastante.


A ésta química se une la atmósfera de un país prácticamente desconocido para el mundo, un país que sigue afincándose en la tradición como arma para combatir la globalización, pero que al hacerla obligatoria, termina convirtiéndola en una prisión para aquéllos que simplemente quieren seleccionar la música que quieren bailar... y hacerlo a su propio ritmo.



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