Francesc Torres emprende un "vuelo interior" en el Museo de Arte de Cataluña
- Liceo Magazine
- 19 jun 2021
- 3 Min. de lectura
El avión de la Guerra Civil es la pieza estelar de la instalación ‘Aeronáutica (Vuelo) interior’, que reflexiona en el Museo Nacional de Arte de Cataluña sobre el combate y el sacrificio.

La imagen es poderosísima y parece destinada a dar la vuelta al mundo: un bombardero suspendido por la cola como un inmenso y peligroso pez espada plateado colgado en la popa de un yate. El avión, un Túpolev SB-82 soviético de la Guerra Civil española, un característico bimotor Katiuska con calcas republicanas y sin camuflaje, pende, como si lo hubiesen pescado o estuviera congelado en un mortal picado, del techo de la enorme sala oval del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), en Barcelona. Es la pieza estrella, junto con otro aeroplano de la misma época, un caza Polikarpov I-16 Mosca, aterrizado en el suelo, de la instalación Aeronáutica (Vuelo) interior (en exposición hasta el 26 de septiembre).
El autor de la impactante obra es Francesc Torres (Barcelona, 72 años) quien sonríe satisfecho ante su instalación, que rezuma significados (¿no es el bombardero también un miltoniano ángel caído, arrojado del cielo y a punto de estrellarse?).
“Con este material, si fallas, te mereces que te quiten el carnet de artista”, bromea Torres mientras resuenan lo que parecen disparos y que resultan ser unos operarios que usan grapadoras industriales de aire comprimido para apuntalar unos paneles de la exhibición.
El Katiuska suspendido recuerda, en más grande (20,5 metros de envergadura), al cazabombardero de despegue vertical Sea Harrier que colgó en 2010 Fiona Bannion en la Tate Britain, también por la cola.

“Hay precedentes, sí, y la primera discusión sobre el proyecto fue cuando Pepe Serra, el director del MNAC, imaginó cómo quedarían unos aviones colgados bajo la gran cúpula de la sala oval”, explica Torres. “Los aviones existían, sabíamos que los teníamos gracias al Centro de Aviación Histórica de la Sénia (CAHS), la asociación que mantiene el antiguo aeródromo de la Guerra Civil y su presidente, José Ramón Bellaubí. Desde hace años han recuperado las instalaciones —de la aviación republicana primero (lo construyó la República en 1937) y luego, un año después, de la Legión Cóndor—, las han musealizado (son visitables) y el propio Bellaubí, que fue aviador, ha construido minuciosamente, con piezas originales, las réplicas perfectas, exactas, a escala 1:1, del Mosca, que tiene motor y podría volar, y el Katiuska. Los aviones son de una belleza irresistible, verdaderas esculturas parecidas a las de Panamarenko aunque de verdad. Pero no podíamos limitarnos a colgarlos, algo que ya es tan habitual como en el museo del aire y del espacio Smithsonian de Washington, en el que puedes contemplar decenas. Había que ver de qué manera lo hacíamos y explicar algo, tenía que funcionar visualmente, pero había que inyectarle contenido”, añade el artista.
Así surgió Aeronáutica (Vuelo) interior, con un solo avión suspendido, el Katiuska —del que, por cierto, solo hay otro ejemplar en el mundo, en Moscú, si descontamos el que yace en el fondo del lago de Banyoles—. “¿Y qué es lo que tienes cuando cuelgas un avión así?”, prosigue Torres rebobinando el proceso de creación, “una cruz, y una cruz invertida. ¿Y a qué iconografía occidental remite esa imagen?: efectivamente, a la crucifixión de san Pedro”. El puntualmente desleal pero redimido apóstol pidió que lo crucificaran cabeza abajo al juzgar que no era digno de sufrir el mismo martirio que su maestro. Los romanos debieron de pensar que así era más entretenido. “Le pregunté al director si teníamos alguna crucifixión de Pedro en el MNAC y salió la tabla gótica del mestre Pere Serra del siglo XIV, con la que comparamos el avión”, señala Torres.

El artista continúa: “Tenemos pues una iconografía de la crucifixión y de lo que estamos hablando es de un sacrificio ritualizado: el sacrificio de la fe en el caso del santo. Si amplias al máximo el concepto llegamos al gran ritual sacrificial que es la guerra. Y ahora sí, ahora ya tenía sentido tener esos aviones militares relacionados con la pintura gótica, y con el añadido de significado de que fueran aparatos republicanos”. Del avión, señala Torres, “pasas al piloto, el combatiente, el que sabe que puede no volver de la lucha; hay una relación muy interesante entre la víctima y el soldado, que también lo es a su manera, aunque combata por una idea en la que cree”. Los aviones, dice “aportan connotaciones muy amplias, no tienes que forzar nada, y las banderas republicanas hablan por sí mismas”.
(Éste es un extracto de la publicación aparecida en elpais.com el 17 de Junio de 2021.
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